Para Jorge Andonie,
mi hermano mayor.
Del libro “La guerra de los mundos” de H.G.Wells sólo recuerdo la experiencia de la lectura, lo que ésta significó para mí a los 11 ó 12 años, más que la historia de la invasión extraterrestre o que los personajes que ahí participan.
La preadolescente que era ya había disfrutado La Odisea, no entendía La Iliada, sabía de memoria las Redondillas de Sor Juana, cada navidad declamaba, junto a mi tía Rosy, la postura de Margot de ser o no ser madre o mamá y no me parecía feliz un mundo donde a los diferentes los hicieran galletas; confundía (confundo) anécdotas, autores y personajes. En el momento de la lectura, las letras me transportaban al universo que mi imaginación creaba a partir de lo que el autor describía, era un personaje mas en ese mundo, no la heroína ni otro ser ahí escrito, mas bien un espectador principal que con el paso del tiempo y de lecturas se ha convertido en un narrador crítico pero que aún vive y disfruta los universos creados por la literatura.
-La lectura-
Leer “La guerra de los mundos” fue, como todas las anteriores, una recomendación de mi padre y lo que más me llamó la atención fue saber que mucha gente al escuchar la adaptación en el radio, había creído que una ficción era una realidad; los inocentes radio-escuchas se acercaron a mi idea de ser parte de la literatura y quise vivir la experiencia que H.G.Wells prometía. Realmente no corrí tantas veces al cuarto de Jorge como cuando leí Drácula, mi necesidad de protección no se hizo presente por las sombras de la noche; fue más bien cuando mi Papá me interrogaba sobre el libro y Jorge, una vez más, sabio protector de la hermana con poca memoria salía en mi defensa dándome los datos que Papá pedía. Siempre tenía que ser así y es que casi nunca recuerdo fechas, nombres o lugares y Papá nunca preguntaba de las sensaciones provocadas ni cómo me imaginaba a los marcianos ni por qué había decidido estornudar si me topaba con alguno de estos.
Cuando Armando Reyna logró, como sólo los verdaderos críticos saben hacerlo, incitarme a crear mi opinión sobre la película “Guerra de los mundos” de Steven Spielberg, la memoria me transportó 25 años atrás dónde Jorge me protegía.
-La película-
Ya en el cine, además de destrozarle el brazo a mi acompañante y cerrar los ojos cuando aparecían los espantosos seres, fueron las metáforas creadas por Spielberg de la guerra interfamiliar que los personajes tienen, las que causaron el “gran” efecto especial de sacar las lágrimas que mi mundo había guardado por mas de 20 años. Al ver a Tom Cruise como un padre inexperto y lejano (extraterrestre) ante una hija que busca heroicidad dentro de su claustrofobia y un hijo adolescente que sabe ser mas padre que él mismo, mis mundos chocaron: infancia y presente, recuerdos y ficción, la muerte como tema recurrente desde temprana edad, etcétera.
-Mi opinión (propia, mía, de mí)
Una gran película con grandes imágenes (poéticas y visuales); que logró, como sólo las extraordinarias películas saben hacerlo, incitarme a releer la obra original y a escribir una crónica de lo que no me van a preguntar: mi sensación.
Sara Andonie (Julio de 2005)
mi hermano mayor.
Del libro “La guerra de los mundos” de H.G.Wells sólo recuerdo la experiencia de la lectura, lo que ésta significó para mí a los 11 ó 12 años, más que la historia de la invasión extraterrestre o que los personajes que ahí participan.
La preadolescente que era ya había disfrutado La Odisea, no entendía La Iliada, sabía de memoria las Redondillas de Sor Juana, cada navidad declamaba, junto a mi tía Rosy, la postura de Margot de ser o no ser madre o mamá y no me parecía feliz un mundo donde a los diferentes los hicieran galletas; confundía (confundo) anécdotas, autores y personajes. En el momento de la lectura, las letras me transportaban al universo que mi imaginación creaba a partir de lo que el autor describía, era un personaje mas en ese mundo, no la heroína ni otro ser ahí escrito, mas bien un espectador principal que con el paso del tiempo y de lecturas se ha convertido en un narrador crítico pero que aún vive y disfruta los universos creados por la literatura.
-La lectura-
Leer “La guerra de los mundos” fue, como todas las anteriores, una recomendación de mi padre y lo que más me llamó la atención fue saber que mucha gente al escuchar la adaptación en el radio, había creído que una ficción era una realidad; los inocentes radio-escuchas se acercaron a mi idea de ser parte de la literatura y quise vivir la experiencia que H.G.Wells prometía. Realmente no corrí tantas veces al cuarto de Jorge como cuando leí Drácula, mi necesidad de protección no se hizo presente por las sombras de la noche; fue más bien cuando mi Papá me interrogaba sobre el libro y Jorge, una vez más, sabio protector de la hermana con poca memoria salía en mi defensa dándome los datos que Papá pedía. Siempre tenía que ser así y es que casi nunca recuerdo fechas, nombres o lugares y Papá nunca preguntaba de las sensaciones provocadas ni cómo me imaginaba a los marcianos ni por qué había decidido estornudar si me topaba con alguno de estos.
Cuando Armando Reyna logró, como sólo los verdaderos críticos saben hacerlo, incitarme a crear mi opinión sobre la película “Guerra de los mundos” de Steven Spielberg, la memoria me transportó 25 años atrás dónde Jorge me protegía.
-La película-
Ya en el cine, además de destrozarle el brazo a mi acompañante y cerrar los ojos cuando aparecían los espantosos seres, fueron las metáforas creadas por Spielberg de la guerra interfamiliar que los personajes tienen, las que causaron el “gran” efecto especial de sacar las lágrimas que mi mundo había guardado por mas de 20 años. Al ver a Tom Cruise como un padre inexperto y lejano (extraterrestre) ante una hija que busca heroicidad dentro de su claustrofobia y un hijo adolescente que sabe ser mas padre que él mismo, mis mundos chocaron: infancia y presente, recuerdos y ficción, la muerte como tema recurrente desde temprana edad, etcétera.
-Mi opinión (propia, mía, de mí)
Una gran película con grandes imágenes (poéticas y visuales); que logró, como sólo las extraordinarias películas saben hacerlo, incitarme a releer la obra original y a escribir una crónica de lo que no me van a preguntar: mi sensación.
Sara Andonie (Julio de 2005)
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